Garen se despertó. Era temprano, aún no había amanecido,
pero le gustaba madrugar. Salió de su habitación y se dirigió a la calle silenciosamente.
Todo estaba vacío y ni siquiera se oía ni un solo ruido. A pesar de sus
dieciséis años, Garen era muy hábil. Trepó a través de las ventanas de su casa
hasta llegar al tejado. Le gustaba estar allí a solas, pues se sentía en paz viendo
el amanecer. Se tumbó en el tejado mientras respiraba calmadamente. Las
primeras luces del alba empezaron a aparecer por el horizonte, iluminando las
silenciosas calles de Estion. Era apenas una aldea, con unas pocas casas. Estaban
hechas de adobe y piedra, con tejados de paja. En lo alto de una colina cercana
estaba el castillo de la ciudad. Los soldados eran crueles, y ejercían una
cruel represión a los habitantes de Estion. Ya nadie tenía alegría en los ojos.
A cualquiera que se le ocurriera hablar mal del emperador Mortmer o del
Imperio, lo ahorcaban en la plaza del pueblo, y obligaban a la gente a asistir
e insultar al condenado. Eran malos tiempos para Sëttlers.
Garen era herrero, como su padre y su abuelo. Era el empleo
familiar. Sin embargo, últimamente no les daban trabajo, y no tenían dinero ni
para comer. Por ello hoy iba a ir de caza. El día anterior había preparado todo
lo necesario. Se bajó del tejado y entró a la casa. Cogió la mochila con todo
lo necesario para sobrevivir varios días en el bosque, un cuchillo, un arco y
un carcaj con flechas y salió de casa. Aún no había nadie despierto. Cuando
salió a la calle ésta todavía estaba vacía. Con forme caminaba se oían sus
pasos. Sólo sus pasos, y su respiración nerviosa. No le gustaba salir al bosque
sólo aunque fueran solo un par de días. Corrían rumores de que estaba
encantado, y aunque no se los creía, se ponía nervioso al entrar al bosque.
Acababan de abrir la puerta de la muralla. Aunque más que muralla era más bien
era un pequeño muro de madera. Habían dos soldados custodiando la puerta. Garen
agachó la cabeza. Su experiencia con ellos le había enseñado que nunca había
que mirarles a los ojos. Conforme llegó al linde del bosque, colocó una flecha
en el arco y se puso su capucha para distinguirse mejor con el entorno.
Habían pasado ya dos días. Había cazado ya cuatro conejos y
había robado tres huevos de un nido. Garen había dado por terminada la caza, ya
había cazado suficiente. Recogió el saco y apagó las cenizas del fuego que había
encendido la noche anterior y emprendió la vuelta al pueblo. Se había adentrado
en las montañas y le esperaba un largo camino de vuelta.
Cuando iba por una
ladera oyó una rama partirse. Si había otro animal estaba dispuesto a cazarlo.
Dejó silenciosamente la mochila en el suelo. Cogió el arco y puso una flecha en
él. Se acercó al lugar de donde provenía el ruido y se asomó detrás de unos
arbustos para observar a su presa. Allí vió al ciervo más grande que había
visto nunca. Emocionado, le apuntó. Ahora tendrían comida para semanas.
Lo tenía en el punto
de mira. El ciervo le miró. Comprendió lo que pasaba. Empezó a correr conforme
Garen soltó la flecha. Falló e impactó en un árbol. No iba a permitir que el
ciervo escapara. Era una presa demasiado buena. Salió a la carrera detrás del
ciervo. Lanzó otra flecha falló. Otra flecha, ésta le rozó la pata. Alrededor
no había nada, sólo el ciervo y él. Parecía que iba a escapar. Justo entonces
de entre los árboles apareció un barranco que se alzaba decenas de metros.
Garen lo observó con una sonrisa. Ahora el ciervo no tenía escapatoria. Empezaron
a correr por su base en una frenética persecución. De repente se plantó ante él
una curva y lo perdió de vista un segundo. Al doblarla el ciervo ya no estaba.
Sólo había pasado un segundo, no podía estar muy lejos. Entonces oyó un ruido a su espalda y se dió la vuelta. Había una cueva justo en la curva. Ahí debía haberse escondido. Estaba oscuro, pero eso no le importaba, pues el ciervo no tiene escapatoria. Garen se adentró en la cueva, pero, previendo que el ciervo no podría aguantar ahí mucho tiempo, se apostó a un lado de la entrada y esperó a que saliera. Tenía a tiro toda la zona iluminada. En cuanto el ciervo quisiera salir, le dispararía.
Sólo había pasado un segundo, no podía estar muy lejos. Entonces oyó un ruido a su espalda y se dió la vuelta. Había una cueva justo en la curva. Ahí debía haberse escondido. Estaba oscuro, pero eso no le importaba, pues el ciervo no tiene escapatoria. Garen se adentró en la cueva, pero, previendo que el ciervo no podría aguantar ahí mucho tiempo, se apostó a un lado de la entrada y esperó a que saliera. Tenía a tiro toda la zona iluminada. En cuanto el ciervo quisiera salir, le dispararía.
Pasaron las horas, y el ciervo no aparecía. Daba la
impresión de que no estaba, no aguantaría tanto tiempo dentro. Debió escapar
antes. Garen estaba seguro de eso, pero entonces, ¿quién provocó el ruido?
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