miércoles, 22 de agosto de 2012

1. La cacería


Garen se despertó. Era temprano, aún no había amanecido, pero le gustaba madrugar. Salió de su habitación y se dirigió a la calle silenciosamente. Todo estaba vacío y ni siquiera se oía ni un solo ruido. A pesar de sus dieciséis años, Garen era muy hábil. Trepó a través de las ventanas de su casa hasta llegar al tejado. Le gustaba estar allí a solas, pues se sentía en paz viendo el amanecer. Se tumbó en el tejado mientras respiraba calmadamente. Las primeras luces del alba empezaron a aparecer por el horizonte, iluminando las silenciosas calles de Estion. Era apenas una aldea, con unas pocas casas. Estaban hechas de adobe y piedra, con tejados de paja. En lo alto de una colina cercana estaba el castillo de la ciudad. Los soldados eran crueles, y ejercían una cruel represión a los habitantes de Estion. Ya nadie tenía alegría en los ojos. A cualquiera que se le ocurriera hablar mal del emperador Mortmer o del Imperio, lo ahorcaban en la plaza del pueblo, y obligaban a la gente a asistir e insultar al condenado. Eran malos tiempos para Sëttlers.

Garen era herrero, como su padre y su abuelo. Era el empleo familiar. Sin embargo, últimamente no les daban trabajo, y no tenían dinero ni para comer. Por ello hoy iba a ir de caza. El día anterior había preparado todo lo necesario. Se bajó del tejado y entró a la casa. Cogió la mochila con todo lo necesario para sobrevivir varios días en el bosque, un cuchillo, un arco y un carcaj con flechas y salió de casa. Aún no había nadie despierto. Cuando salió a la calle ésta todavía estaba vacía. Con forme caminaba se oían sus pasos. Sólo sus pasos, y su respiración nerviosa. No le gustaba salir al bosque sólo aunque fueran solo un par de días. Corrían rumores de que estaba encantado, y aunque no se los creía, se ponía nervioso al entrar al bosque. Acababan de abrir la puerta de la muralla. Aunque más que muralla era más bien era un pequeño muro de madera. Habían dos soldados custodiando la puerta. Garen agachó la cabeza. Su experiencia con ellos le había enseñado que nunca había que mirarles a los ojos. Conforme llegó al linde del bosque, colocó una flecha en el arco y se puso su capucha para distinguirse mejor con el entorno.

Habían pasado ya dos días. Había cazado ya cuatro conejos y había robado tres huevos de un nido. Garen había dado por terminada la caza, ya había cazado suficiente. Recogió el saco y apagó las cenizas del fuego que había encendido la noche anterior y emprendió la vuelta al pueblo. Se había adentrado en las montañas y le esperaba un largo camino de vuelta.

 Cuando iba por una ladera oyó una rama partirse. Si había otro animal estaba dispuesto a cazarlo. Dejó silenciosamente la mochila en el suelo. Cogió el arco y puso una flecha en él. Se acercó al lugar de donde provenía el ruido y se asomó detrás de unos arbustos para observar a su presa. Allí vió al ciervo más grande que había visto nunca. Emocionado, le apuntó. Ahora tendrían comida para semanas.

 Lo tenía en el punto de mira. El ciervo le miró. Comprendió lo que pasaba. Empezó a correr conforme Garen soltó la flecha. Falló e impactó en un árbol. No iba a permitir que el ciervo escapara. Era una presa demasiado buena. Salió a la carrera detrás del ciervo. Lanzó otra flecha falló. Otra flecha, ésta le rozó la pata. Alrededor no había nada, sólo el ciervo y él. Parecía que iba a escapar. Justo entonces de entre los árboles apareció un barranco que se alzaba decenas de metros. Garen lo observó con una sonrisa. Ahora el ciervo no tenía escapatoria. Empezaron a correr por su base en una frenética persecución. De repente se plantó ante él una curva y lo perdió de vista un segundo. Al doblarla el ciervo ya no estaba. 

Sólo había pasado un segundo, no podía estar muy lejos. Entonces oyó un ruido a su espalda y se dió la vuelta. Había una cueva justo en la curva. Ahí debía haberse escondido. Estaba oscuro, pero eso no le importaba, pues el ciervo no tiene escapatoria. Garen se adentró en la cueva, pero, previendo que el ciervo no podría aguantar ahí mucho tiempo, se apostó a un lado de la entrada y esperó a que saliera. Tenía a tiro toda la zona iluminada. En cuanto el ciervo quisiera salir, le dispararía.

Pasaron las horas, y el ciervo no aparecía. Daba la impresión de que no estaba, no aguantaría tanto tiempo dentro. Debió escapar antes. Garen estaba seguro de eso, pero entonces, ¿quién provocó el ruido?

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