Garen se despertó. Se levantó de la cama y fue al baño a
lavarse la cara, pues le dolía la cabeza. Había tenido un sueño muy extraño, algo
sobre una cacería, un oso, un terremoto y una luz deslumbrante de la que salía
una voz. Era extraño; pues no había sido un sueño especialmente bonito, o
glorioso, o de algo para recordar, pero lo añoraba. Había algo en su interior
que le impulsaba a vivirlo, a saber de dónde venía esa voz. Esa voz… cada vez
que Garen la recordaba, sentía un profundo anhelo por ella, no sólo ansiaba
poder oírla de nuevo, era una necesidad, pues la voz era profunda y dulce, a la
vez que poderosa, mientras ocultaba en su interior algo de magia, pues esa luz
no podía ser ninguna hoguera ni esa voz tan penetrante la podía haber hecho
ninguna persona. Tenía que volver a oírla, pero no sabía cómo, pues simplemente
la había soñado, aunque esperaba que no.
Bajó a la cocina para desayunar antes de ir a cazar. Sabía
que no iba a poder desayunar mucho, pues en su casa la comida escaseaba
últimamente. Cuando bajó, se llevó una gran sorpresa: un suculento filete de
carne con un huevo frito.
-Madre, ¿qué es todo esto?
-Tu desayuno- dijo Hela, su madre, sonriente.
-Pero si no tenemos para comer
-¿Pero qué dices hijo? Con todo lo que trajiste ayer de tu
cacería, comeremos como reyes durante al menos un mes.
Garen se quedó desconcertado. ¿No había sido todo aquello un
sueño? No recordaba lo que pasó después de la voz, pero entonces, la voz había
tenido que ser real. El muchacho engulló toda la comida tan rápido como pudo y
salió despedido de la cocina hacia la herrería. Hoy su padre había salido a
comprar más hierro para el negocio, así que estaría solo. Bien, se concentraba
mejor en sus pensamientos mientras trabajaba el metal.
¿Qué había pasado después de lo de la voz? Garen no paraba
de hacerse esta pregunta, y estuvo cavilando sobre esto durante horas y horas,
pero por más que se esforzaba no conseguía recordar lo sucedido. Después de oír
la voz, no recordaba nada más. No sabía cómo podía llegar al fondo del asunto,
y con cada estrambótica idea que rechazaba daba un fuerte martillazo al acero.
-Tranquilo, que el hierro no te ha hecho nada
El muchacho se giró y allí estaba Seira, su mejor amiga. Era
una muchacha muy hermosa, de unos dieciséis años, al igual que Garen. Tenía el
pelo oscuro, liso y muy largo y unos ojos verdes muy bonitos.
-¿Qué te atormenta? –continuó ella.
-Nada- dijo Garen, intentando aparentar normalidad, aunque
no demasiado bien.
-Garen, nos conocemos desde hace años, prácticamente desde
que nacimos, y sé que hay algo que no me estás contando.
-Bueno, verás, es que ayer pasó algo que me está
persiguiendo durante todo el día. Es algo difícil y largo de contar.
Entonces Garen le contó todo lo sucedido sin omitir ningún
detalle. Era muy buen narrador, tanto, que tardó media hora en contarle todo.
Seira, no se perdió nada de lo que dijo y se quedó cavilando en busca de una
solución durante largo rato. Al cabo contestó:
-A mí no se me ocurre nada, pero seguro que a Leynard el
Sabio sí que se le ocurre algo.
-¡Claro, es tan simple! ¿Cómo no se me ha ocurrido antes?-
Leynard el Sabio era el hombre más anciano de todo el pueblo. Su experiencia
tanto en mil batallas como en numerosos amores y sus conocimientos adquiridos
tras muchos años de lectura ininterrumpida, le había llevado a ser el hombre de
mayor importancia de toda la aldea, y tanto soldados como aldeanos acudían a él
a preguntarle sus dudas y preocupaciones.
Tras un rato de charla, Seira se fue, y Garen se quedó
pensando qué decirle a Leynard. Estaba decidido, esa misma noche iría a verle, y solucionaría de una vez ese problema que le atormentaba.
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