Garen, sin poder evitarlo, se echa a la esquina opuesta de
la habitación. ¿Qué demonios acaba de pasar? No pudo evitarlo, ¿cuántos
colgantes te queman mientras duermes? Esto no tenía buena pinta, algo raro
pasaba, y no estaba dispuesto a quedarse sentado mientras se desarrollaban los
hechos. Leynard le habló de su responsabilidad, de un fénix, de algo que
cambiaría su vida. Había aceptado, no había marcha atrás, era su responsabilidad.
Lentamente se levantó, y, aunque con un poco de duda, se acerca y agarra el
colgante. Sin saber qué hacer, mira por la ventana, a tiempo para ver el sol
salir por el extremo oriental del pueblo e iluminar, antes que a ninguna otra,
la casa de Leynard. Debía ir allí, era su responsabilidad, no sabía por qué,
pero debía ir. Se puso el colgante, aunque ocultándolo debajo de su camisa,
abrió la ventana y, sin pensárselo dos veces, saltó por ella.
Al caer al suelo, corrió, corrió sin pensar y sin mirar
atrás. Debía ir a casa de Leynard, quería respuestas, y las quería ya. No
aceptaría un no por respuesta. Todo estaba borroso a su alrededor, no había
nada entre la casa de Leynard y él. Sólo veía el camino, nada en medio, nada a
los lados, nada atrás.
¡PAM! Sin saber lo que pasa, desconcertado, y con un fuerte
dolor en las costillas, Garen cae al suelo. Al levantar la vista, ve a Gondrian
y a su pandilla de ladrones. Son unos bandidos, forajidos en todo el país, y,
aun sin saberse cómo, son capaces de colarse en cualquier ciudad y desaparecer
de ellas sin que nadie se entere. Nadie, excepto sus víctimas.
- Vaya vaya, ¿qué hace un hombre corriendo sólo a estas
horas? – Pregunta Gondrian
- ¿Acaso es asunto tuyo Gondrian? Lárgate de aquí antes de
que llame a los guardias – Garen sentía un poco de miedo, pero no el miedo que
se siente ante un depredador, no un miedo contra un monstruo, sino contra un
adversario. Un miedo natural, que te pone en guardia ante un peligro inminente.
- Vaya, ¿y esos
modales? No me gusta cómo me hablas. ¿Acaso no te enseñaron tus padres a tratar
con tus superiores? Cuando yo decía palabrotas o tenía malos modales, mi madre
me pegaba y después me hacía pagar una pequeña multa.
- Parece que no funcionó muy bien – Le espetó Garen
desafiante. – Supongo que ahora yo debería aplicarte el mismo castigo.
- Ya me estoy hartando hombrecito, dame todo lo que lleves. –
Dijo Gondrian, dando un paso hacia Garen. Sus amigos habían pasado de la juerga
a la seriedad, listos para pelear.
Garen no dio un paso atrás, sino todo lo contrario. Avanzó,
desafiante, mirándolos a todos uno por uno. De repente se paró y les espetó:
- Si tanto queréis lo que tengo, ¿por qué no venís a
buscarlo?
No hubo que repetirlo dos veces: acto seguido, los bandidos
se abalanzaron sobre él dispuestos a darle una paliza. Se había criado como
herrero, y tenía fuerza. Cuando se abalanzó el primero, le dio un puñetazo en
la nariz, rompiéndosela y dejándolo en el suelo. Al segundo le hizo un placaje
y, una vez en el suelo, le dio un puñetazo en el cuello, dejándolo mudo por un
tiempo y dolorido. Uno le sujetó por la espalda, pero Garen le cogió y lo tiró hacia
delante de cabeza, dejándolo inconsciente. Parecía que podría con ellos, pero
eran demasiados, porque antes de poder darse la vuelta, alguien le dio en la
cabeza dejándolo inconsciente.
Cuando despertó, estaban yéndose. Parecía que se habían
divertido, porque le habían apaleado. Se registró buscando qué se habían
llevado. No tenía la bolsa de dinero, pero de repente se acuerda: ¡El colgante!
Desesperado lo busca. Gracias a dios, no lo han visto, sigue ahí, deberían
estar borrachos. Sin embargo, no está dispuesto a ceder, no, no era de esos que
se rinde, pues prefería morir con la cabeza alta que morir de rodillas.
Pero algo despertó dentro de él, como un fuego de furia,
odio y sed de venganza. Se levantó, cogió una piedra del camino, lo
suficientemente grande como para usarla como arma, aunque no tanto como para
que suponga una carga. Se abalanza sobre ellos, abriéndole la cabeza al
primero. Antes de que pudieran reaccionar, le golpea con la piedra a uno en la
cara, tirándole al suelo. Parece que era al que le había roto la nariz, bien.
Esquiva justo a tiempo un puñetazo del tercero agachándose. Le da un puñetazo
en la entrepierna, por lo que esta vez el que se agacha es el otro, y le da un
golpe con la piedra en la nuca. Cae al suelo, ensangrentado, pero vivo. Aún
respira. Pero no hay tiempo de preocuparse por los que están en el suelo, aún
quedan más, y muchos golpes por repartir. Sin embargo, sus contrincantes no
piensan eso, y huyen, pero no está dispuesto a dejarles escapar. Cuando se
dispone a perseguirlos, oye los gritos de los guardias. Se pone la capucha para
que no le reconozcan y huye a toda prisa, no pueden atraparle.
La puerta de la ciudad estaba lejos, pero ésta no entraba en
sus planes, pues está vigilada por unos guardias que le arrestarían. Además, la
empalizada que rodea la ciudad no es muy alta, y salta por ella. Por suerte,
los guardias no hicieron eso, y le dejaron huir. Rápidamente se puso en marcha
hacia la casa de Leynard, tenía que explicarle unas cuantas cosas.
Llegó a la puerta y llamó, aunque no obtuvo respuesta. Era
raro, pues el anciano apenas dormía, y tenía un sueño muy ligero. Algo estaba
pasando, rápidamente abrió la puerta y le llamó, aunque sin respuesta. Estaba
claro que seguía allí, pues no habían pisadas suyas saliendo de la casa. Garen
era un experto cazador, y podía verlo con claridad. El anciano aún seguía allí.
Temiéndose lo peor, subió las escaleras a toda prisa hasta la habitación del
hombre. Al abrir la puerta, vio lo que menos quería ver: Leynard estaba
tumbado, pálido y enfermo. Parecía que iba a morir, pero, si moría, ¿de dónde
sacaría las respuestas que tanto le acosaban y tanto necesitaba?